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Hay quienes – Wisława Szymborska

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Hay quienes llevan a cabo la vida más hábilmente.

Tienen orden en su interior y a su alrededor.
Para todo la manera y la respuesta adecuada.

Adivinan inmediatamente quién a quién, quién con quién,
con qué objetivo, por dónde.

Ponen el sello en las verdades absolutas,
arrojan a la trituradora los hechos innecesarios,
y a las personas desconocidas
a las carpetas destinadas a ellas de antemano.

Piensan justo lo debido
ni un segundo más,
porque tras ese segundo acecha la duda.

Y cuando los dan de baja de la existencia,
dejan su puesto
por la puerta señalada.

A veces los envidio
-afortunadamente se me pasa.

 


 

 

Wisława Szymborska
Hasta aquí
Traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán
Ed. Bartleby

Krzysztof Kieslowski, No amarás

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-Además de quererme y de trabajar en la oficina de correos, ¿qué más haces?
-Estudio idiomas.
-¿Cuáles has aprendido?
-Búlgaro… Luego inglés, francés, italiano. Ahora estoy aprendiendo portugués.
-Eres extraño.
-No, es que tengo buena memoria.

No matarás [Krótki film o miłości, 1988]

Krzysztof Kieślowski

Las aulas de arte de San Petersburgo bajo la lente de Valery Katsuba

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23 de julio de 2014, Marta Rebón, RBTH

Karl Bulla (1853-1929), padre del fotorreporterismo ruso, encuadró con su cámara un sinfín de escenas de la entonces capital del Imperio. Considerado el gran cronista de la ciudad, es autor de algunos de los retratos más célebres de su época. Dejó al Archivo Estatal de Leningrado un legado de más de 130.000 negativos, memoria visual del cambio de siglo en Rusia. Una de estas imágenes captó la atención de Valery Katsuba cuando llevaba a cabo una investigación en el Archivo Estatal de fotografía y cine documental de San Petersburgo. Se trataba de la instantánea de una clase de dibujo al natural, tomada en la Academia de Bellas Artes. Inspirándose en esa fotografía, Katsuba realizó, en la misma localización, la serie “Cien años después”, en la que ha plasmado el recogimiento de los estudiantes de arte, absortos en su trabajo.

El joven prusiano Carl Oswald Bulla recaló en San Petersburgo en 1865. Su aventura rusa empezó con un empleo como “chico para todo” en un negocio de suministros fotográficos. Desde entonces nunca se separó del mundo de la fotografía. Ideó un sistema de placas sensibles que comercializó por toda Europa, abrió su primer estudio en el nº61 de la calle Sadóvaia e inmortalizó a las grandes figuras de la sociedad, la política y la intelectualidad rusas. Tal era su prestigio que, en 1886, consiguió el permiso de las autoridades para fotografiar en cualquier punto de la ciudad, todo un privilegio y una ventaja, pues la censura había constituido una seria cortapisa para el desarrollo de este oficio en Rusia.

Su interés, omnívoro, no conocía límites en cuanto a género y técnica. Exteriores e interiores, fotografía nocturna y diurna, luz natural y artificial, paisaje y reportaje, retratos por encargo yfotoperiodismo. A él le debemos retratos de Lev Tolstói en Yásnaia Poliana, de Vladímir Nabokov con siete años, sentado con un libro de mariposas sobre las rodillas, de Grigori Rasputin flanqueado por el mayor Putianin y el coronel Lotman, de Leonid Andréiev con su mujer o de Chaliapin tocando el piano. Pero también documentó tanto la vida cotidiana de la urbe como los grandes acontecimientos históricos. El auge de las publicaciones periódicas que incluían material gráfico y el mercado creciente de las tarjetas postales sirvieron de estímulo para que fotógrafos como Karl Bulla exploraran todas las posibilidades del medio.

La importancia de Bulla en el desarrollo de la fotografía rusa, relegada en la época soviética (a sus dos hijos, también fotógrafos, se les represalió en la década de 1930), fue finalmente puesta en valor tras la gran retrospectiva que se le dedicó con motivo del tricentenario de San Petersburgo, el escenario principal de sus fotografías, y el 150º aniversario de su nacimiento. Hoy, en la calle Malaia Sadóvaia, cerca del lugar donde estaba situado su antiguo estudio, se erige una escultura de bronce que representa a Bulla acompañado de su cámara de gran formato.

El fotógrafo que más ha dialogado artísticamente con Karl Bulla ha sido Valery Katsuba, quien inició su carrera como fotógrafo influido por sus investigaciones en el Archivo Estatal de fotografía y cine documental (CEAFCD), en donde se restaura y estudia uno de los fondos de fotografía antigua más importantes del mundo. Allí, por ejemplo, Katsuba descubrió el material visual que realizó Karl Bulla sobre las sociedades deportivas petersburguesas, cuyo primer club de fitness se inauguró en 1885. Los estudios de Karl Bulla -llegó a contar con tres en la ciudad, uno en plena Perspectiva Nevski- eran los preferidos de ciclistas, gimnastas y culturistas para retratarse. En esas imágenes los modelos miran a cámara, confiados y orgullosos de su aspecto físico, ignorantes de la profunda transformación que se avecinaba e iba a poner punto final a toda una época. Luego, durante el realismo socialista, el régimen promovió muchos aspectos propios de aquella estética que conformaron una parte importante del imaginario soviético, compuesto de grandes desfiles, espartaquiadas y héroes deportivos nacionales. Katsuba reflexionó sobre la evolución del canon de belleza, del ideal del cuerpo humano y la cultura deportiva -tomando a Karl Bulla como referente- en la serie fotográfica Phiscultura.

Ahora, en la serie “Cien años después”, el artista afincado en San Petersburgo vuelve a unir dos épocas con la Academia de Bellas Artes como nexo, centro educativo con más de dos siglos y medio de historia cuyo imponente edificio se encuentra a orillas del Nevá, custodiado por dos esfinges egipcias. Semyon Mikhailovsky, director de esta institución, recuerda que ya en el siglo XIX el centro contaba con un equipo y laboratorio fotográfico propio para documentar las obras de los artistas plásticos y las ceremonias que tenían lugar en la academia, y que por sus aulas pasaron algunos reputados pioneros de la fotografía rusa, como Andréi Karelin. Luego, dada la majestuosidad y la luz del edificio construido durante el reinado de Catalina la Grande, fotógrafos contemporáneos, tanto rusos como extranjeros, han escogido las instalaciones de la academia como localización para elaborar reportajes de moda y retratos editoriales. Es el caso también de Valery Katsuba, que fotografió para la edición inglesa de Harper’s Bazaar a la primera bailarina del teatro Mariinski, Oksana Skorik, en el museo de la Academia.

Katsuba ha realizado una puesta en escena teatral de las clases de pintura y dibujo al natural con los profesores y estudiantes como protagonistas, ejercitándose en los mismos espacios que aparecen en las fotografías de Karl Bulla. Si en su precedente trabajo, Phiscultura, se centraba en los modelos, en esta ocasión su atención se dirige al silencio y concentración que reflejan los rostros de los jóvenes artistas, enmarcados en el clasicismo de la arquitectura, las esculturas y los bocetos.

Junto a “Cien años después”, en la que ha incluido trabajos precedentes en los que la Academia de Bellas Artes ha servido como escenario, se exhibe el proyecto fotográfico “La mañana”, compuesto por retratos de personas en distintas ciudades del mundo durante el tránsito entre el sueño y la vigilia. Una exploración de las pequeñas rutinas íntimas que se siguen durante los primeros compases del día.

La maleta, Dovlátov

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Antes de nacer sólo hay oscuridad. Y tras la muerte, oscuridad también. Nuestra vida no es más que un granito de arena en el océano indiferente del infinito. ¡Tratemos al menos de no ensombrecer este instante con la congoja y el tedio! Intentemos dejar un arañazo en la corteza terrestre. Que el hombre mediocre sea quien tire del carro. De todos modos, él no realiza hazañas. Y ni siquiera comete crímenes…

 
La maleta, Serguéi Dovlátov, Trad. de Justo E. Vasco

Recomendaciones veraniegas, en Babelia

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Mis recomendaciones veraniegas, aparecidas el sábado pasado en Babelia.

1. ¿Qué libro lleva en la maleta?

2. ¿Qué libro ya leído recomienda al lector?

1. Hasta aquí. Wislawa Szymborska. Bartleby Editores. Entre mis lecturas del verano está el poemario póstumo de la poeta polaca. Este libro, además de traernos los últimos versos de la Premio Nobel, incluye una entrevista a sus dos principales traductores al español: Abel Murcia y Gerardo Beltrán. Escritora que seduce por sus notables dotes para fusionar la ironía y la ligereza, supo hablar sin altisonancias de ideas sencillas en apariencia pero siempre esenciales, privilegiando el sentido del humor al revestimiento de pompa.

2. Un viaje a la India. Gonçalo M. Tavares. Seix Barral.  Rocambolesca y metafísica epopeya de nuestros tiempos, escrita en versos libres y estructurada en diez cantos, narra la travesía que emprende el protagonista, Bloom, a través de Europa (Londres, París, Viena…), huyendo de un pasado criminal en Lisboa y con destino a la India, en pos de la sabiduría. Actualización de un género abandonado, la epopeya, es una obra trepidante que este genio versátil de las letras portuguesas resuelve con autoridad.

Mariposas entre barriles de petróleo

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12 de junio de 2014, Marta Rebón, RBTH

La fotógrafa Rena Effendi empezó a trabajar a los diecinueve años como traductora en el que ya por entonces era el negocio más lucrativo de Bakú: la industria petrolífera. Un encargo de BP para documentar gráficamente sus instalaciones y los gestos testimoniales que la multinacional tenía para con la población local le confirmó que en su país, Azerbaiyán, coexistían dos realidades muy distintas. Tras obtener numerosos premios y menciones por el fruto de esa experiencia, recogida en el fotolibro “Pipe Dreams”, volvió la mirada hacia su padre, un científico soviético disidente que consagró su vida al estudio de las mariposas en uno de los lugares hoy más contaminados del planeta. “Liquid Land” es el título de su segundo ensayo visual.

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Cuando Rena Effendi ya había decidido volcarse en la fotografía, la revista Forbes publicó en 2008 un artículo sobre Bakú en el que esta ciudad se presentaba como la más insalubre del mundo.

Los miles de millones de dólares que generaba el negocio del petróleo, en plena expansión, no repercutían positivamente en la población autóctona, más bien todo lo contrario.

A no ser que se trabajara en alguna empresa del sector, decía el artículo, era preferible evitar el aire de Bakú. De esta ciudad bañada por el mar Caspio parte el segundo oleoducto terrestre más largo del mundo, el conocido como BTC, la alternativa a las redes de distribución rusas para el abastecimiento de Europa.

Con ocho años en funcionamiento, este oleoducto atraviesa las montañas caucásicas y la meseta de Anatolia para descender luego hasta la costa turca, ya en aguas mediterráneas.

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En total son casi 2.000 kilómetros de transporte terrestre de crudo, menos de la mitad que su competidor, el ruso Druzhba [Amistad], construido en la década de 1960 para alimentar con oro negro el bloque soviético. Estos trazados comerciales siguen siendo una de las cuestiones más candentes de la geopolítica del siglo XXI.

El ensayo fotográfico Pipe dreams de Effendi recorre la ruta que hace el petróleo procedente del extenso complejo de campos petroleros de Azeri-Chirag-Guneshli (ACG), a 120 kilómetros de la costa de Azerbaiyán, a través de distintos países, lenguas y culturas, y documenta las consecuencias que causa en el medio ambiente y en las personas.

“El oleoducto BTC ha ejercido una gran presión en todos los países involucrados -declara Effendi, ganadora de dos premios World Press Photo’14-. Las distintas sensibilidades políticas componen los diversos conflictos latentes en la región del Cáucaso: el de la región de Nagorno-Karabaj, parte de Azerbaiyán ocupado por Armenia, donde una guerra sangrienta mató a casi 20.000 personas entre 1988 y 1994 y convirtió a un millón de ellas en refugiadas de guerra; el de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia de Georgia; las horribles guerras chechenas.

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Transportando un millón de barriles de petróleo al día hacia el Oeste, este oleoducto afecta a la vida de millones de ciudadanos de Azerbaiyán, Georgia y Turquía. De los habitantes de los barrios marginales que perdieron sus casas durante el boom de la construcción propiciado por el petróleo a las víctimas de los conflictos sin resolver, la gente empobrecida que conocí durante los seis años del proyecto soportan las consecuencias de los esfuerzos por satisfacer el apetito occidental de petróleo”.

El interés por no pisar suelo ruso parece justificar todo tipo de atropellos legales, medioambientales y civiles según James Marriott y Mika Minio-Paluello, autores de The Oil Road: Journeys from the Caspian Sea to the City of London. La realidad política en estas regiones es tan opaca como el hidrocarburo que se extrae en esta región.

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De la negrura del petróleo Effendi pasó a los colores desvaídos del recuerdo en su siguiente proyecto fotográfico, Liquid Land. Mucho más intimista que Pipe Dreams, pero sin dejar de tomar el pulso a la realidad exterior y a los contrastes de Bakú, la fotógrafa dialogó con objetos que su padre -un entomólogo que en la época soviética trabajó en el Instituto Estatal de Zoología de Azerbaiyán- dejó tras su muerte.

Además de las cientos de cajas de cristal polvorientas amontonadas en el instituto, en cuyo interior permanecían inmutables al paso del tiempo 30.000 mariposas, Rustam Effendi legó una cincuentena de fotografías amarillentas.

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“Desde su muerte me he acercado más a mi padre -cuenta la fotógrafa en Liquid Land-. Cuando estaba vivo me fijaba más en sus defectos, en el hecho de que pasara fuera de casa la mayor parte del tiempo y que antepusiera el trabajo a la familia. Siempre envidié sus obsesiones, su pasión y cuando me enfrenté a la calle con mi cámara entendí lo que significaba para él cazar mariposas… En mis intentos por entender sus ansias creativas y explorar las mías leí el diario que escribió en sus expediciones y visité las mismas regiones”.

El resultado es una serie de dípticos en que la fragilidad, los vivos colores y las formas de los distintos ejemplares de lepidópteros contrastan con el paisaje deprimente y monótono que ha esculpido la industria pesada en la península de Absheron. Muchos de sus actuales moradores son refugiados de guerra o emigrantes de las zonas rurales, atraídos por la seguridad de los núcleos urbanos. Lo único que encontraron estos nuevos habitantes son unas condiciones de vida paupérrimas entre metales pesados y escombros.

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“La literatura y las mariposas son las pasiones más dulces de la humanidad”, dijo Vladímir Nabokov. En verdad, para él las mariposas estaban incluso por encima de cualquier goce literario. En Liquid Land, esa “dulce pasión” sirve de vara para medir la cara oculta del progreso humano.

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All Photos: © Rena Effendi/INSTITUTE. Fuente: Schilt Publishing

Sylvia Plath

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¿Cómo describir un poema? Una puerta se abre, una puerta se cierra. En medio, has tenido una vislumbre: un jardín, una persona, un chaparrón, una libélula, un corazón, una ciudad… Si el poema es concentrado, un puño cerrado, la novela es relajada y expansiva, una mano abierta: tiene carreteras, rodeos, destinos; una línea del corazón, una línea de la cabeza; en ella intervienen el dinero y la moral. Mientras que el puño excluye y golpea, la mano abierta puede tocar y abarcar muchas cosas en sus viajes… La puerta de la novela, como la del poema, se cierra también. Pero no tan deprisa, no de modo tan terminante, tan maníaco e incontestable.

How shall I describe it [a poem]?— a door opens, a door shuts. In between you have had a glimpse: a garden, a person, a rainstorm, a dragonfly, a heart, a city… If a poem is concentrated, a closed fist, then a novel is relaxed and expansive, an open hand: it has roads, detours, destinations; a heart line, a head line; morals and money come into it. Where the fist excludes and stuns, the open hand can touch and encompass a great deal in its travels… The door of the novel, like the door of the poem, also shuts. But not so fast, nor with such manic, unanswerable finality.

Sylvia Plath

Memorias de un nómada, Paul Bowles

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Yo no elegí vivir en Tánger de forma permanente: fue una casualidad. Tenía la intención de que la visita fuera breve; después me iría a otro sitio y seguiría de un lado a otro indefinidamente. Me hice perezoso y demoré la partida. Y luego, un día advertí extrañado que no sólo había mucha más gente en el mundo que muy poco antes, sino que además los hoteles no eran tan buenos ni los viajes tan cómodos, y que los lugares en general eran mucho menos bellos. A partir de entonces siempre que iba a algún sitio deseaba inmediatamente volver a Tánger.

Memorias de un nómada, Paul Bowles

El ventrílocuo de las letras norteamericanas, George Saunders

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Publicado en Letras Libres, mayo de 2014.
Por Marta Rebón

George Saunders, el autor de Diez de diciembre, que constituye su cuarto libro de relatos y reúne diez piezas aparecidas entre 1995 y 2012 en diversas publicaciones como The New Yorker o Harper’s, afirmó en un ensayo acerca de la destreza técnica de Donald Barthelme que el cuento brota en un territorio tan difícil de labrar como el del chiste: en el minuto final, momento en el que se encuentran concentradas todas las expectativas, el autor se juega todas las fichas a una casilla. “El gran interrogante es cuándo se tiene el final apropiado. […] Lo que queremos que haga nuestro final es que consiga más de lo que habríamos soñado que hiciera.” En contrapartida, las frases, sometidas a una gran concentración, se convierten en entidades que habitan el mundo en lugar de tentativas de catalogarlo, concluye George Saunders, en alusión a su lectura de obras de Gertrude Stein, Henry Green, Hemingway o el autor de Caballería roja. La posteridad quiere que seamos breves y precisos, recordaba Fernando Pessoa.

En ese sentido, el segundo relato, “Palos”, es capaz de sintetizar en dos páginas la relación de un padre con sus hijos, limitada por los escasos recursos y la tacañería, que a la postre se traducen en incomunicación y perplejidad. Saunders también sale airoso en los textos de más largo aliento. Dedicó doce años a “Los diarios de las Chicas Sémplica”, entre los más sobresalientes y el más extenso del conjunto. En un mundo que reconocemos como actual mujeres jóvenes procedentes de los países más pobres (Somalia, Laos, Moldavia, Filipinas, etc.) hacen las veces de adornos vivientes de jardín, formando composiciones abigarradas que funcionan como símbolos de estatus. El narrador del cuento –escrito en forma de entradas de diario–, un padre de familia, recoge sus empecinados esfuerzos para dar a sus hijos un tipo de vida que no puede permitirse. Es una reflexión sobre la explotación, el bienestar, el miedo paterno a no satisfacer los deseos de los hijos…

El gusto por la mesura de Saunders –en cuanto a longitud, no tanto en crudeza, violencia y/o escatología, si se tercia–, que se refleja en su predilección por el cuento, contrasta con la deriva de sus personajes, náufragos en los archipiélagos suburbanos que, viendo incumplido el sueño americano del self-made man y las aspiraciones que en ellos proyectaron sus progenitores, acaban carcomidos por la angustia de una existencia marcada por las limitaciones, la presión del estatus o la erosión que causan en los individuos los discursos dominantes de las corporaciones y de la industria del entretenimiento. La consecuencia, a pesar del bombardeo incesante de contenidos que conforman la cacofonía posmoderna, es el fracaso de la imaginación, condición necesaria para la empatía, cualidad que nos obliga a replantearnos cualquier acción violenta o injusta. ¿Por qué existe tanta distancia entre nuestros ideales, en que siempre está presente el deseo de hacer el bien, y la visceralidad que impera en el mundo real?, parece preguntarse el autor en sus relatos. Recordando al filólogo Victor Klemperer, Saunders señala que el ciudadano medio, a quien ha escogido para protagonizar sus ficciones con puntería (o mala leche) en medio de un momento crítico, no se percata de cuándo las cosas se tuercen. Lo ha ensordecido el contenido idiotizante que emiten los magnetófonos que (re)difunden las nuevas tecnologías (al respecto léase su ensayo The Brainded Megaphone). Por eso, cuando un personaje saundersiano acaricia en Diez de diciembre el tipo de epifanía tolstoiana de El amo y el criado, donde el sentido de la existencia se halla en la solidaridad y en la compasión, la maquinaria poscapitalista se encarga de aniquilar el optimismo.

En este sentido es tentador relacionar su libro de relatos anterior, In Persuasion Nation (2007) con La broma infinitade Foster Wallace. Ambos títulos ofrecen un Estados Unidos alternativo subyugado al consumismo y el espectáculo. Al considerar la afirmación de Chéjov de que el arte es formular correctamente las preguntas, el autor ruso nos hace ver que lo único que ha cambiado no es el fondo de esos interrogantes, que siguen siendo los mismos –el sentido de la muerte, el amor, la dificultad de ser padres–, sino la manera en que se plantean. La imagen que construimos del mundo depende de lo que de él decimos y cómo lo hacemos. Para ello, Saunders se reconfigura en cada cuento. Huye de la objetividad de la tercera persona y hace que la narración parta de los propios personajes, de su forma de mediar verbalmente con lo que les rodea. Él lo llama “la tercera persona ventrílocua” porque el narrador se introduce en las entrañas del personaje y adopta sus patrones de pensamiento. Saunders despliega los registros del lenguaje contemporáneo –los libros de autoayuda, la cultura pulp y digital, la ciencia ficción y la distopía, los documentos administrativos– para intentar recoger algo parecido a una verdad moral, de forma que el cuento no se reduce a un simple juego cerebral, un ejercicio de estilo. Gracias a ello, el conjunto de relatos, pese a su aparente diversidad y a no estar concebidos como un todo, sí comparten un tono que los emparenta: el uso del humor (en todos los matices del negro) para abordar los grandes temas, como Kafka o Gógol. “Los rusos [Tolstói, Chéjov, Bábel y Gógol] incluyeron los grandes interrogantes en sus ficciones de tal modo que parece que esa es la razón última por la que escriben”, declaró en una entrevista Saunders, que antes de dedicarse a la escritura y la docencia en Siracusa se marchó a hacer prospecciones sísmicas a Sumatra con un libro de Kurt Vonnegut bajo el brazo. Del autor de Matadero Cinco descubrió que, si para hacer que un lector saliera transformado al acabar de leer un relato era necesario incorporar la sátira, el absurdo o cualquier otro elemento fantástico no debía pensárselo dos veces. La sensación de irrealidad es la manera más convincente de señalar la injusticia y los desajustes del neocapitalismo. Porque si leemos su crónica de viaje de Dubái para la revista GQ (“The New Mecca”), el desenlace de “Los diarios de las Chicas Sémplica” nos dará la impresión de todo menos fantasioso. Las situaciones pueden ser trágicas, pero la historia debe ser luminosa. Por eso, la muerte también está muy presente a lo largo del libro, pues su proximidad es una manera de romper con los automatismos, recuperar la intensidad y dejar atrás las frustraciones. “¿Qué es la muerte? Por un momento no tienes límites”, se responde el narrador-conejillo de indias de “Escapar de la Cabeza de Araña” cuando decide adoptar una postura radical contra la industria farmacéutica que está experimentando el control emocional sobre él y otros presos. En resumen, como la inocente quinceañera que practica a solas pasos de danza en su casa suburbial momentos antes de que la secuestre un posible violador, podemos preguntarnos: ¿la vida es divertida o espantosa? Depende. Pero, por lo menos, parece decirnos Saunders, no nos lo pongamos más difícil. ~

George Saunders
Diez de diciembre
Traducción de Ben Clark
Barcelona, Alfabia, 2013, 274 pp.